Psicodélicos e Interser

Oliver Sutton Owen

2/27/20244 min leer

En general, soy cauto a la hora de intentar extraer jugo filosófico de la experiencia psicodélica y como persona con tendencia a intelectualizar en exceso, agradezco los límites que imponen los psicodélicos al alcance y la utilidad del intelecto. El intelecto es una herramienta útil para ciertas tareas, pero no te va a ayudar a dar sentido a una experiencia psicodélica, como tampoco es probable que te ayude a disfrutar del sabor de una sandía en un caluroso día de verano. Durante el último año he estado pensando mucho en lo que podría ser útil para acompañar a otros en una experiencia psicodélica. Me parece que una experiencia plena implica la desconexión total del lenguaje para que se encuentre libre de las estructuras de condicionamiento cultural que este lleva implícitas. Puede que salgamos de la experiencia balbuceando incoherencias sobre que todo está conectado pero aun así, siempre tengo la sensación de que cualquier cosa que digamos sobre la experiencia, siempre nos separa inevitablemente de ella.

Sin embargo, me parece que hay una característica de la experiencia psicodélica que merece la pena señalar. Es una característica que se invoca con muchos nombres, pero me resisto a nombrarla por miedo a cometer el error contra el que advertía el poeta zen Ryokan: confundir la luna con el dedo que señala a la luna. Cuando se le da un nombre a algo, éste se convierte en moneda de cambio y se le da vueltas en las conversaciones, al tiempo que se oscurece aquello para lo que se acuñó. Sin embargo, he descubierto que a través de mi práctica de terapia con sonido, de vez en cuando se presenta una oportunidad para vivenciar esta característica que parece ser tan básica de la experiencia psicodélica.

En mis sesiones suelo utilizar una técnica para crear cohesión en el grupo a través de vocalizar espontáneamente uniendo las voces. En un reciente evento de After the Rains, mientras daba instrucciones para esta dinámica, sugerí a los participantes que no intentaran ocultar ni imponer su voz tras la voz colectiva del grupo, sino que el objetivo debería ser permitir que su voz se fundiera con la colectiva. Me alegré mucho cuando alguien comentó más tarde lo útil que había sido esa instrucción. Estuvimos de acuerdo en que ese punto intermedio, ese lugar que no es ni "tú" ni "otro", es donde tiene lugar la enseñanza. Ese lugar es el maestro.

Se utilizan algunas palabras bastante dramáticas para invocar ese lugar. La muerte del ego de Leary, la muerte psíquica de Jung, la disolución de los límites de Mckenna. Pero lo que todos estos términos señalan, sugeriría, es una experiencia que se esconde a plena vista. Es la naturaleza de nuestra experiencia ordinaria del mundo cuando no estamos inmersos en el lenguaje, ya sea pensado o hablado. Puede que queramos ocultar nuestra voz porque pensamos que no es lo suficientemente buena o que intentemos imponerla por encima de las de los demás, porque pensamos que es especial. Pero si nos dedicamos plenamente a intentar encontrar ese punto intermedio en el que formamos parte de un todo mayor, y permanecemos atentos a ese todo, entonces la cháchara se apaga y puede nacer algo nuevo y espontáneo. Eso que nace es el maestro y persiste mientras permanezcamos plenamente presentes.

Supongo que llevamos con nosotros esta potencialidad en todo momento, independientemente de si hemos tomado psicodélicos o no, pero no hay duda de que los psicodélicos la hacen más evidente y quizá sea la verdadera constante de la experiencia psicodélica. Puedes tener la sensación de que las paredes respiran y ser incapaz de distinguir entre tu propia respiración y la de las paredes. Mientras caminas por el bosque, puedes sentirte abrumado por la gratitud hacia la vida y la belleza que lo impregna todo. Puede que sientas una sensación de conexión con el grupo con el que estás o con tus seres queridos. Yo diría que éste es nuestro estado natural cuando no estamos reforzando nuestra separación mediante la repetición interminable de las dualidades fundamentales que están incorporadas a la gramática de nuestros procesos de pensamiento. Pero esto ya empieza a sonar a intelectualización.

El monje budista Thich Nhat Hanh utilizó el término "inter-ser" (interbeing) para referirse a este fenómeno. Lo utilizó para subrayar que nunca existimos aislados. "Ser significa inter-ser", dijo. "Una flor tiene que inter-ser con todo lo demás; tiene que inter-ser con la luz del sol, las nubes y todo lo demás. No tiene una existencia separada". Me parece que la designación interser es un término útil para destacar esta característica de la experiencia psicodélica implícita en cualquier experiencia. Existimos siempre y sólo en relación y los psicodélicos nos ayudan a prestar la suficiente atención al contenido de la experiencia como para darnos cuenta de ello. Expresiones como la muerte del ego se refieren a un acontecimiento excepcional y dramático, mientras que el término interser puede recordarnos suave y repetidamente la forma ordinaria en que nos relacionamos con el mundo. Sólo hay que asegurarse de no confundir el dedo que señala con la luna.